7 de mayo de 2015

HISTORIAS BONITAS CON FINALES TRISTES




Madrid está tan bonita y brilla tanto esta noche que parece que aún la paseo de tu mano como aquellos días de invierno cuando me cogías del brazo para evitar los tropiezos, cuando los dedos se te congelaban y yo los envolvía y los besaba para darte calor.

Paso cerca de Chamartín para que no se me olvide el olor a despedida que he respirado ya demasiadas veces, ni el rumor creciente de los trenes que en ocasiones he dejado escapar o de los que me he bajado en marcha antes de terminar el viaje. 

Me subo al metro para hacerme ver a mí mismo que lo que ahora es dolor pronto acabará siendo esa voz en off que recuerda que la vida es una estación en curva y que hemos de tener cuidado para no introducir el pie entre el amor y el dolor que nos deja cuando se acaba. 

En Barajas los aviones despegan como si el hecho de volar fuera fácil, como si no costara alzar el vuelo después del último aterrizaje forzoso en mitad del mar. En la zona de llegadas hay gente nerviosa, hay lágrimas de alegría, hay vida... Hay una chica que sostiene un cartel con mi nombre en sus manos, pero aún no puedo decirle que he llegado sano y salvo a tierra, me da miedo estrellarme en su sonrisa y que no seas tú.

Vuelvo de camino a casa y me dejo caer en todos los garitos en los que me olvidé conscientemente las ganas en tus labios y en tus ojos del color del ron para que me embriague tu recuerdo, tan sólo por el puro placer de sentirme afortunado por llevarte dentro a cada instante, aunque apenas te sienta, aunque apenas me abrase la memoria de tu tacto, aunque sepa que me espera el desierto de tu olvido y tu indiferencia. Pero siempre me ha  costado mucho más llenar mis pulmones de viento nuevo que del viciado aire de tu boca, perderme borracho en calles que no tienen tu risa que saberme de memoria y con los ojos cerrados el camino a tus pechos, cerrar historias bonitas con finales tristes que bares infames.

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