Llegamos
tarde al vial de regreso a la nada,
ambos sabíamos
que estábamos ante
una
oportunidad única e irrepetible.
Las manos
hablaban un idioma desconocido
para nosotros
y de camino,
los semáforos en rojo
tenían forma
de corazones rotos.
Llegamos
tarde y no tuvimos en cuenta las heridas
que ambos
teníamos aún sin cicatrizar.
Nuestras
bocas decían palabras que ocultaban
verdades y
rencores,
las señales
de prohibido nos marcaban el rumbo
que no teníamos
que seguir.
Llegamos
tarde y de vuelta de todo,
mirábamos por
la ventanilla del coche y el vaho
no nos dejaba
ver el otro lado de la calle.
Se nos
acumulaban los prohibido adelantar
en vías de un
solo carril, pero nosotros
pisamos el
acelerador a fondo.
Y en ese
momento fue cuando supe
que por mucho
que nos saltásemos stops
y que no
respetásemos los cebreados,
nuestro viaje
estaba abocado al fracaso
desde que
arrancamos la aventura,
desde que nos
dijimos –Hola- después de algunos años,
desde que te
ayudé con aquel albergue de Ámsterdam.
Llegamos
tarde a lo nuestro
y me alegro,
ahora me alegro…
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